De acuerdo al DSM-V el trastorno explosivo intermitente (TEI) consiste en episodios recurrentes en el comportamiento que reflejan una falta de control de los impulsos de agresividad. Puede presentar agresión verbal frecuente con o sin agresión física concurrente hacia animales, cosas u otros individuos. Dichos episodios no son premeditados ni persiguen un fin tangible como el dinero o el poder sino que se dan de forma impulsiva como respuesta a un estímulo precipitante menor o sin un desencadenante evidente, y tienen una duración de 30 minutos aproximadamente (Mallen, 2017; Zapata y Palacios, 2015).

Tiene su inicio en la adolescencia entre los 14 y 18 años de edad, con mayor prevalencia en hombres que en mujeres. Las personas que presentan este trastorno pueden mostrar signos de tensión interna, miedo, cefalea, náuseas o mareos antes de la conducta agresiva, así como signos de liberación, o incluso de placer, después de realizarla (Amara, Richa y Baylé, 2008; Zapata y Palacios, 2015)

Trastorno explosivo intermitente: CAUSAS

Aunque no existe una causa específica para este trastorno, se ha encontrado que existen algunas alteraciones biológicas que al combinarse con factores psicosociales pueden desencadenar la conducta agresiva (Zapata y Palacios, 2015).

 En cuanto a los factores biológicos, existe una marcada reducción de la serotonina, un neurotransmisor encargado principalmente de regular el estado de ánimo, lo que repercute principalmente en el control o regulación de las emociones, en este caso de la agresividad. Asimismo estudios neurofisiológicos demuestran que la corteza prefrontal orbitofrontal presenta una asimetría interhemisférica y una disminución del volumen total en los sujetos con TEI, lo que se relaciona directamente con la conducta agresiva (Zapata y Palacios, 2015).

Por su parte, los factores psicosociales también intervienen en este tipo de trastorno. La mayoría de los sujetos con trastorno explosivo intermitente reportan una mayor frecuencia de maltrato físico y emocional, abuso sexual, relación familiar disfuncional, crianza con vínculo ausente, exposición a traumas o accidentes. También se encuentra relacionado con el abuso de sustancias (Zapata y Palacios, 2015).

Trastorno explosivo intermitente: NIÑOS

El inicio del cuadro clínico suele ser en la infancia tardía o la adolescencia. En niños, el diagnostico de este trastorno resulta difícil ya que los síntomas se solapan con otros trastornos como estrés postraumático, síndrome de Tourette, entre otros. Los niños o adolescentes con TEI por lo general presentan una baja tolerancia a la frustración y se enojan de forma desproporcionada por estímulos insignificantes y dificultades interpersolaes. Cuando no se recibe un tratamiento adecuado los niños pueden presentar problemas de conductas en la casa y escuela (Eddy, 2020; APA, 2002).

Trastorno explosivo intermitente: ANSIEDAD

Se ha encontrado que alrededor del 64% de las personas que presentan TEI tienen otro trastorno mental. Son muchos los  trastornos psiquiátricos frecuentemente asociados con el trastorno explosivo intermitente, entre ellos están los trastornos de ansiedad (Zapata y Palacios, 2015).

Trastorno explosivo intermitente: MEDICACIÓN

Existen varios fármacos que se han utilizado para el tratamiento de pacientes con TEI, entre ellos principalmente se encuentran los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, estabilizadores del estado de ánimo, antipsicóticos, betabloqueantes y antidepresivos. Ensayos clínicos controlados y aleatorizados han demostrado la eficacia de fármacos como fluoxetina, citalopram y sertralina en el manejo de este trastorno (Amara, Richa y Baylé, 2008; Zapata y Palacios, 2015).

Trastorno explosivo intermitente: TRATAMIENTO

Si bien la medicación o el uso de fármacos para contrarrestar los impulsos de agresividad han resultado altamente efectivos, es necesario tener en cuenta que las intervenciones que han evidenciado resultados favorables para el tratamiento del TEI incluyen el uso de fármacos combinado con psicoterapia (Bustamante, 2013).

Es por ello que la terapia psicológica con un enfoque cognitivo conductual puede resultar una opción adecuada para el manejo de este trastorno. En esta terapia se trabaja el comportamiento en tres niveles: conductual, fisiológico y cognitivo, lo que le brinda a los individuos las herramientas para afrontar de manera adecuada estos episodios recurrentes de agresividad en todas sus manifestaciones.

Enfoque cognitivo conductual:

Como se pudo evidenciar, una de las características principales de este trastorno es la presencia de sensaciones de tensión interna, mareos, miedos, cefaleas, entre otros, antes de realizar la conducta agresiva. Esto se puede abordar  mediante la relajación y la identificación de estímulos precipitantes de dicha conducta, de manera que la persona aprenda una forma adecuada para enfrentarse a la situación conflictiva con un mínimo de activación fisiológica. A nivel cognitivo, mediante la reestructuración cognitiva se entrena al paciente en la identificación de los pensamientos recurrentes que puedan estar asociados a los episodios de agresividad y a modificarlos por otros funcionales. El programa se detalla a continuación:

  • Relajación: La premisa fundamental de la relajación es que la tensión muscular se relaciona de alguna forma con la ansiedad y que un individuo experimentara una confortante y marcada reducción de la ansiedad sentida si puede lograr que los músculos tensos se aflojen y se pongan flácidos. Consiste en la tensión y relajación sucesivas de los músculos disponibles en una secuencia ordenada, hasta que los principales músculos del cuerpo se relajen. De esta manera el individuo podrá tener control de la activación emocional y fisiológica elevada que le genera una determinada situación (Rimm y Masters, 1990).
  • Resolución de problemas: El objetivo consiste en ayudar a los sujetos a identificar las anteriores y actuales situaciones estresantes de la vida que son antecedentes de una reacción emocional negativa. Esta técnica le permitirá al individuo identificar las situaciones estresantes y posteriormente enfrentar las mismas (Rimm y Masters, 1990).
  • Restructuración cognitiva: Desde este enfoque se plantea la hipótesis de que las percepciones de los eventos influyen sobre las emociones y los comportamientos de las personas. La interpretación de una situación influye sobre las emociones, el comportamiento y la respuesta fisiológica subsiguiente. Esta estrategia le permitirá al paciente identificar los pensamientos disfuncionales, someterlos a la reflexión racional para así modificarlos, al mismo tiempo que se modifican las emociones subsecuentes (Beck, 1995).
  • Psicoeducación: Brinda la oportunidad de mejorar la dinámica familiar y la estabilidad emocional en el hogar, ya que busca principalmente tanto en el individuo afectado como su entorno próximo, infundir el conocimiento adecuado sobre el trastorno y el origen del mismo. Asimismo promover la empatía, buscando evitar las muestras de agresividad de ambas partes.

Por otro lado, el neurofeedback siendo uno de los métodos más sofisticados puede resultar una técnica altamente efectiva ya que busca un aprendizaje que permita cambiar la amplitud y frecuencia de los componentes electrofisiológicos u ondas propias del cerebro, y contribuir con el bienestar físico y emocional de la persona.

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